Detrás del espejo, Santi. Entrevista a familiares y amigos de Santiago.

Imágenes y objetos tan arbitrarios como sus rastas y sus ojos profundos siguen multiplicados en centenares, miles de afiches que van quedando irremediablemente asociados a la pobre pantalla de un mito. Algunos actores sociales y medios se han valido de esta construcción para la encrucijada política de un par de meses. A través de ellos se ha facilitado una identificación universal del Santiago personaje. Alguno, incluso, ha creído que no era necesario conocer en profundidad a la persona, empobrecía al mito: bastaban dos o tres rasgos para customizarlo y arraigarlo, aunque sea superficialmente, en el imaginario colectivo al menos durante la temporada de consumo.

Desde su primera aparición en público en las páginas desordenadas de su novela inconclusa hasta estos días de insistente reclamo a voz en cuello y desesperanza, la imagen de Santiago ha ido contorsionándose hasta estallar en forma de espejo fragmentado: decenas y decenas de fragmentos que reflejan, muchas veces de manera mezquina, una vida profunda, austera y desafiante de la cultura convencional.

Su difusión de boca en boca, viralizada por las redes sociales y parafraseada en diversos medios contribuyó a configurar un esquema estandarizado del personaje y sumamente alejado de su esencia ¿Cómo acercarnos a las voces que hoy no quieren que el mito termine consumiendo a la persona? De qué modo sostener el reclamo irrenunciable de su aparición con vida y no reducirlo a ícono político?

La manipulación de los sucesos que llevaron a la desaparición de Santiago en medios y redes ha facilitado la existencia de todo un universo en torno a él, compuesto por territorios áridos y personajes dudosos, totalmente incoherentes con el perfil del amigo leal, luchador e idealista que era. Un amigo que emerge desde el fondo de un puñado de relatos y anécdotas que lo vuelven real, tan real como sus poemas, canciones y dibujos, tan presente en la voz de quienes hoy siguen con el corazón astillado esperando ver su silueta y sus sueños al día recortados en el marco de la puerta de casa.

Cuando uno llega en combi a 25 de Mayo hay mundos chiquitos en los que la persona de Santiago se vuelve más íntima, más cercana, más familiar. Todavía laten sus palabras en los rincones domésticos, en las veredas anchas, en algún jardín de sombras encorvadas. Cielos duplicados de infancias pueblerinas.

Caro y Germán

Aquí, en la casa de Germán, su hermano, Carolina cuenta lo mágico y especial que es. Sí, en tiempo presente porque Santiago sigue vivo aquí. Más vivo que nunca. Cuando llega a un lugar, ocupa absolutamente todo física como espiritualmente. No olvida Carolina la manera en que se conocieron: ella había ido a buscarlo al Buquebús, a la vuelta de uno de sus tantos viajes. Flaco, rastas y sus cuatro mochilas; imposible no reconocerlo. Se ofrece a llevar en taxi sus cosas y a prepararle el baño para una buena ducha; inmediatamente se convierte en una bolita en el suelo “no me voy a bañar, soy de fuego, y si me mojo me apago”. Sólo, quería la ducha de su casa, porque no hay nada como casa. Ardilla, así es como lo sigue llamando y a él le gusta: pasa tiempo recolectando semillas y demás componentes para sus medicinas. Escucha punk y hip hop todo el tiempo.

Caro lo trata como a un hijo. Le pide que se lleve abrigos, un celular para llamar a su madre Stelita y otros objetos imprescindibles para cualquier viajero, menos para él. Paradojas de la vida. Elementos olvidados que hoy cobran importancia para la causa que procura entender su destino. Pero Santiago siempre está. Siempre que lo llaman atiende, siempre que le mandan un mensaje lo responde, y si no tiene señal lo hace al llegar a la cabaña. Carolina lo espera. No deja de hacerlo. Lo espera para su cumpleaños. El día de su desaparición Caro fue a ordenar la habitación de Santiago. Partió al trabajo y a las horas Germán la llama diciendo que Santiago había desaparecido. Caro no lo creyó, pensó que era una broma, que había llegado y que le daría una sorpresa. Emocionada y eufórica por el reencuentro volvía a la casa, a la altura de la plaza se dio cuenta que no era un chiste, era real, no estaba. El calvario había empezado.

En la infancia de Santiago no faltaron su Family Game, Sega ni Playstation. Germán evoca la infancia de su hermano mientras convida uno de sus panes de semillas y harina. Adolescencia con el aire doméstico bañado de música, arte y lecturas sobre anarquismo, robadas a su hermano. Anarquía embebida de sueños y utopías y una sociedad avanzada. Cuando las arañas tejían laboriosamente sus telas, ninguno de los dos hermanos podría siquiera ser capaz de matar una. Estudió durante tres años arte en La Plata, hasta que decidió volver a su pueblo: no concebía que los profesores lo encasillaran en un cubículo del saber. Sólo había alas para volar.

Santiago y Emanuel

Ema cuenta que, a los 9 años, vivía a la vuelta de la casa de Santiago y de chico iba a comprar a un almacén en la calle 11. En ese recorrido debía pasar por el pasillito pegado a la casa de Santiago. Él se paraba atrás de las plantas y le tiraba cualquier cosa para asustarlo, lo corría, lo volvía loco. Así fue que Ema empezó a tomar otro camino. Otro día fue con un vecino al kiosco y lo estaba esperando: Ema con sus pre-pizzas y Santi, con el Percha. Tenían un palo de escobillón – el famoso palo de punta roja – con el que terminaron destrozando las preprizzas. Aquel llanto de Ema fue el comienzo de una amistad para toda la vida con Santiago.
Jugaban y apostaban a cualquier cosa. Como aquella vez que decidió apostarle sus adorados álbumes de fútbol. Santi venía ganando y decidió apostar su camiseta de Boca y una gorra naranja. La suerte ese día lo favoreció a Santi. Ema exigió una revancha, quería de vuelta sus álbumes pero Santi no aceptó. Cada uno partió a su hogar. Al rato, apareció en su casa y devolvió los tan queridos álbumes de fútbol de su amigo. Ema tenía sus ideas y Santi las suyas., en contra del sistema. Ema, atado a este. Pensaban muy distinto, pero ahora la vida muestra su rostro escondido; “Al final Santi tenía la razón en todo lo que decía, yo antes me creía eso que te venden en la televisión”

Todos coinciden en lo especiales que eran los momentos en que Santiago tatuaba. Más que el tatuaje en sí, recuerdan sus palabras que quedaron hasta el día de hoy grabadas en la piel de los que llevan sus dibujos. Como Ema, una flor de loto, esas que crecen en el pantano, Santi siempre le decía que había que rescatar lo bueno de los malos momentos.

Fabián “Topo”, Hilario y Guille

Guille, su amiga, recuerda con ternura un sentimiento que le era muy propio al amigo que aún no ha regresado: querer el bien para todos. Hoy hablar de Santiago es volver a hablar de re-evolución, volver a evolucionar. A contramano de cualquier sociedad que piensa que evolucionar es ir hacia adelante, para Santi era volver a los orígenes, a la tierra. Sabia y sentía que esto tenía que cambiar, “Cuando uno madura se arruina ”, repetía su corazón de niño infatigable, misionero, sembrador de utopías.
Guille y Topo lo están esperando con un viejo sobretodo, recuerdo de una actuación de la escuela. Topo aún aguarda a Santi para volver a llamarlo Comandante Lechuga, disfrazarse para recibirlo con toda la alegría de una parodia y celebrar la amistad a pura carcajada. Guille y Topo lo siguen esperando con esperanza inclaudicable.

Gastón Fernandéz

Gastón, de chico, se juntaba con Santi a enredar y desenredar calles de 25 Mayo. La adolescencia los encontró en el mismo pupitre y, en interminables tardes, antes que estudiar matemática, prefirieron que Sumo les volara la cabeza. Aprendieron a entenderse, a escucharse y a compartir cosas nuevas todo el tiempo.
La vida los llevó a ser socios creativos: pintar murales y producir sus canciones. Santi, las letras y voces y Gastón,la música. Allí se enhebraba un hip hop psicoldélico, fruto de una combinación espontanea: sentarse y que en una noche salieran cosas.
Hoy Santi sigue siendo un pibe caminante, querido por mucha gente y dueño de una energía creadora poco frecuente.

 

Luciana, Romina y Jimena Maldonado

Luciana, Romina y Jimena Maldonado

Para sus primas Santiago sigue siendo el más pequeño de la familia, el preferido de la abuela paterna, que siempre preguntaba por Santiaguito. Los celos infantiles dejaron camino a un vínculo entrañable: tres primos y tres primas en afecto simétrico. Estaban al tanto de la fiebre de viajero que llevaba a Santi de un lugar a otro, siempre con las alas desplegadas: lector infatigable, conocedor de hierbas y alivios, medicinas y panaceas:“este yuyo sirve para el dolor de cabeza, esta para el dolor de panza… Tienen que tomar el jugo de zanahoria“. La época esperada era el verano, cuando llegaba SergIo, el hermano mayor de Santi desde Bariloche para reunirse con toda la familia Maldonado. Dos de las primas llevan tatuajes de Santi, entre ellos una mariposa: hay una tercera aún pendiente. Hoy, como siempre a la vuelta de cada viaje lo siguen esperando ansiosas para que siga con sus tatuajes.

Cuando la combi se aleja de 25 de Mayo queda en el aire un comentario que ilusiona e inquieta: Santi se comunica a través de los sueños. Como aquel espejo fragmentado, las historias cotidianas familiares vuelven a componer la imagen de las utopías de Santiago y el sueño de sus padres Stelita y Quique: darle en mano el regalo de cumpleaños que aún está en casa de los Maldonado.

 

Por: Ana Inés Breccia
Estudiante de Ciencias de la Comunicación